Los chilangos somos famosos por encontrar cualquier platillo apto de combinar con un bolillo, llámese chilaquiles, tamales, e incluso, chiles rellenos. Sí, leíste bien, chiles rellenos.
Pieza gastronómica, cuya historia comienza en la época de la colonia, pues aunque existían algunos panes hechos de harina de amaranto o maíz, fue hasta que un esclavo liberto oriundo de África y cercano a Hernán Cortés, encontró tres granos de trigo en un bulto de arroz, que comenzaría la historia de esta adictiva tradición panadera.
El bolillo como tal llegó a tierra azteca en la segunda mitad del siglo XIX, de la mano de un panadero francés de la corte de Maximiliano de Hasburgo; de nombre Camille Pirotte, al cual curiosamente debemos el nombre de “birote” por la dificultad de pronunciar su apellido “Pirotte”.
Su producción se vio aumentada durante el Porfiriato, con la inmersión de la cultura francesa en México, tomando gran popularidad a lo largo del siglo XX.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver el bolillo con el susto?
El miedo es un estado de ánimo que todos hemos experimentado, y el susto, su reacción repentina.
En nuestro contexto histórico; se ha pretendido curar el espanto, como en el caso de la medicina tradicional otomí, quienes solían curar mediante el sudor, preparando una base de alcohol mastuerzo con otras hierbas, sobando al paciente de los pies a la cabeza, cubriéndolo después y dejándolo descansar para que la sudoración comenzara.
Según la Medicina Tradicional de México, se aconseja comer pan duro (bolillo) o incluso una tortilla fría, para asentar el estómago.
Lo cierto es que el susto provoca reacciones en el cuerpo como el incremento de ácidos gástricos y náuseas, por lo que es recomendable consumir un antiácido o un alimento sólido, después de algunos minutos, no necesariamente un bolillo.
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