Testigos anónimos del transcurrir de los años; del ir y venir de la gente que en ocasiones los esquiva, otras veces los apoya y algunas otras los ignora; son los organilleros, herederos de una gran tradición, de memorias de un México que se fue y que jamás volverá.
Proveniente de Europa a la casa instrumental “Wagner y Levien”, el organillo llegó a México a finales del siglo XIX. Un instrumento que produce sonido con el movimiento de un manubrio, por medio de un cilindro con púas, encerrado en una caja de madera.
Según Silvia Hernández, una de las pocas personas que se dedican a la reparación de organillos; fue su suegro Gilberto Lázaro Gaona, quien trajo uno de los primeros organillos de Alemania a principios del siglo XX, instalándose afuera de los circos para acompañar a la rueda de los caballitos (inspiración de la música actual de los carruseles), hecho que se fue difundiendo poco a poco no solo a las ferias vecinas, sino también a circos, jardines y espacios públicos de todo el país.
Gaona llegó a tener alrededor de 200 organillos provenientes de Alemania, Italia y Francia, de los cuales solo se conservan 4 con más de 100 años de existencia, actualmente rentados para su trabajo, tal como fue desde sus inicios, que eran rentados para conseguir algunas monedas y en ocasiones, para llevar alguna serenata.
Un oficio heredado de generación en generación, no solo por el instrumento, pues incluso la zona de trabajo se va cediendo al pasar de los años, por lo que podemos encontrar desde gente muy joven, hasta los que llevan más de 50 años cargando la gran caja de madera de 40 kilos.
En sus inicios, el organillero se desplazaba por toda la ciudad, por lo que mucha gente les daba monedas por el simple hecho de lo que cargaba, ahora, hay quien incluso les ha adaptado un carrito para hacer más fácil su transporte, lo cual ha generado controversia, por la pérdida de su verdadera esencia.
Su uniforme fue inspirado en el ejército “Los dorados” de Pancho Villa en honor a un organillero que los acompañaba, además su música fue cambiada por canciones como “Adelita” y “Celito lindo”, los organillos los acompañan elegantes en sus camisas rojas.
La oferta ambulante de estos últimos años, ha hecho que sus ingresos disminuyan, pues compiten por las monedas de los transeúntes con mimos, bailarines de hip hop e incluso personajes de películas o superhéroes; dificultando cada vez más sus ingresos, consiguiendo en sus mejores días apenas los $250; esto, se suma a lo viejo de sus instrumentos y a su dificultad de reparación por la falta de piezas, ya que la última fábrica alemana cerró hace más de 30 años.
Aún con su origen alemán, el organillo fue adoptado y preservado como una gran tradición mexicana; sus trabajadores leales a su instrumento, saben que empiezan ahí por necesidad pero que se quedan por gusto, saliendo cada mañana con el temor de ver su oficio extinto.
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