A principios del siglo pasado en el mercado de la Merced, existía un puesto que vendía un remedio para la resaca; se trataba de una infusión de té de canela y naranja que se presumía, servía para curar la cruda. Esto, por el “piquete” que se le añadía.
Generalmente se trataba de aguardiente, que atraía a los que aún se encontraban bajo los efectos del alcohol. El producto tenía un costo de 10 centavos.
Con el tiempo, una señora decidió hacer competencia, colocando su puesto justo enfrente; con el fin de mantener su clientela, el precio de los tés bajo a un precio de 8 centavos.
Pronto los borrachos empezaron a decirse entre ellos: “Vamos por el té por ocho”, convirtiéndose con los años, en el término que describe a personas “alcohólicas” que se encuentran siempre caminando en la calle con una botella en la mano.
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Según algunos teóricos, su origen se encuentra en Francia de 1841.