Para frases, los mexicanos “nos pintamos solos”, así que aquí te presentamos la segunda parte de los orígenes de frases cotidianas en México.
Hay dos versiones sobre el nacimiento de esta frase, una iniciada en la época de la revolución mexicana y otra en la guerra cristera; ambas se concentran en el último deseo concedido a una persona antes de ser fusilada; ya que muchos elegían fumar un cigarro.
Desde esos tiempos existían los cigarros llamados Faros, originarios de Irapuato y muy populares por su precio económico y por estar hechos con hoja de papel arroz, el cual posee un sabor muy agradable; por lo que es y era común chupar ligeramente el cigarro antes de encenderlo. Haciendo común el decir “Ya chupo faros”, para referirse a alguien que acaba de morir.
En el ámbito teatral, esta frase engloba buenos deseos, es equivalente a desear buena suerte al inicio de una función o temporada.
Su origen se remite al siglo XVI y XVII, cuando la clase acomodada acudía al teatro en carrozas tiradas por caballos, siendo señal de buena entrada, el excremento que quedaba en la entrada. Entre más había, significaba mayor número de asistentes y por tanto, mayor cantidad de monedas.
De ahí que se comenzara a decir: “El que quiera azul celeste, que le cueste”
En la antigua Roma muchas decisiones eran tomadas consultando a los oráculos. Uno de sus ritos de adivinación era basado en el vuelo de buitres o cuervos. Si el ave era portadora de malas noticias, se decía que era un ave de mal agüero. Desde entonces se utiliza la frase para referirse a las personas que están “saladas”.
Está frase ya casi extinta era utilizada para decir que alguien andaba en “malos pasos”; en la actualidad, ocupamos esta frase para referirnos a alguien que actúa despreocupadamente sin pensar en la opinión de la gente o las repercusiones de sus actos, muchas veces remitido al ámbito sexual.
La hilacha es comprendido como el pedazo de hilo que se desprende de la tela y que casi siempre llevará a que otro hilo se suelte hasta que la tela esté toda deshilachada.
Así, darle vuelo a la hilacha se traduce como el hecho de cometer actos que terminarán por destruir o desgastarse totalmente sin medir las consecuencias.
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